—Parecía un dios cuando entró en la discoteca, llegó con otros chicos, todos altos y guapos, venían de la piscina Estela, según me enteré más tarde.
Ocuparon una mesa enfrente de la nuestra. No podía dejar de mirarle, estaba hipnotizada. Marga me daba con el codo como para despertarme y se reía haciendo guiños a las demás.
—¿Marga?
—Sí, Margarita, una amiga del colegio, de COU, tú no la conoces, ni a ninguna de las que estaban conmigo aquella tarde. Han pasado tantos años, ya no sé qué ha sido de ellas, no nos hemos vuelto a ver desde entonces.
»Era el hombre más guapo que he visto. Además de su rostro, de su figura, estaban sus movimientos, sus gestos, su forma de ocupar el espacio… Había algo tan masculino en él y, por otro lado, tan femenino. Sí, en sus ademanes se percibía una delicadeza… Es que no sé cómo explicarte. No sé por qué se fijó en mí; aunque, bueno, yo estaba delgadita, tenía una cinturita que ya quisiera ahora y de cara no estaba mal, era muy joven, figúrate.
—¿Cómo que no estabas mal? Sigues siendo muy bella, el pelo trigueño tan espeso, sin una cana todavía y esos ojos color miel… ¿es que no ves cómo te miran los hombres?
—Sí, ya.
—Bueno, sigue que me tienes en ascuas.
—Sonaba una canción lenta de esas tan bonitas de aquellos años, Todo tiene su fin, ¿te acuerdas?
—Sí, claro que me acuerdo, la sacaron Los Módulos, es muy triste, trata de un amor que termina.
—Sí, es el fin de un amor.
—Sí, yo todavía me emociono cuando la oigo y también con la versión que sacó después Medina Azahara. Pero, sigue, ¿qué pasó?
—Él se levantó, cruzó la pista casi vacía, se acercó a mi mesa, todas le contemplábamos acercarse deslumbradas con esa forma de andar. Se hizo un silencio, cada una de nosotras esperaba que fuese a ella, pero me lo pidió a mí.
»Bailamos esa canción, yo llevaba una falda larga hasta los pies, se llevaban por aquel entonces, reminiscencias de la moda hippie de los sesenta, a mi esa moda me venía de perlas. Me aferraba a él, abrazaba su cintura con fuerza, apoyaba la cabeza en su hombro, en parte para no caerme, porque estaba muy nerviosa, y también para sentir su olor y su cuerpo. Bailamos así, en silencio, otras dos canciones más. Luego comenzaron a poner las rápidas y yo le pedí que nos sentáramos y nos sentamos juntos.
»Hablábamos, bueno, hablaba él y yo le escuchaba. Me dijo que se llamaba Javier, que a finales de septiembre se iba a La Coruña, quería ingresar en la Escuela de Náutica, que desde niño quería ser capitán de barco y ya estaba más cerca de poder cumplir su sueño. Me gustaba escucharle, tenía una voz suave y masculina, grave, pero no pastosa. Su voz era como un caramelo de menta. Hablaba con frases cortas, vocalizaba muy bien, como casi todos los chicos de aquella época. No como los de ahora que hablan atropellados, se comen sílabas y letras, casi no los entiendo.
»Y yo no te puedo decir lo que le conté sobre mí, no lo recuerdo, alguna tontería, seguro, estaba como en una nube, solo podía mirarle, de cerca era aún más guapo. Sabes que siempre me han gustado los hombres guapos, es como una maldición esto que me pasa a mí. Recuerdo que sí que hablé también, que le conté cosas, pero no le dije nada de eso.
»Se hizo un breve silencio, yo seguía mirándole, esperando, y él me miró y me preguntó si sí, y yo le dije sí quiero, sí. Y me besó y yo le besé y nos besamos y algunas caricias… no podíamos pasar de ahí, aunque yo le deseaba con todo mi cuerpo ¡Cómo le deseaba! Nunca había sentido eso, jamás había estado con ningún chico en ese plan, y créeme, nunca he vuelto a sentir ese deseo por nadie. Él también se excitó, llevaba un pantalón blanco que brillaba con la luz negra de la discoteca; sí, esa luz que hacía brillar el marfil de los dientes y la ropa blanca. Se notaba el bulto en el pantalón brillante y yo, como al descuido, pasaba mi brazo por encima de ese bulto para sentir su dureza y eso me encendía más…
»Bueno, ¿Qué vas a tomar?
—No sé, ¿Qué vas a tomar tú?
—¿Pedimos un benjamín para las dos?
—Vale, pero sigue contándome, que te has parado en lo mejor.
—Se acercó un amigo para decirle que se iban ya todos y él me dijo que también se iba porque le llevaban en coche, que si no tendría en el metro un montón de estaciones hasta su casa. Me preguntó que si quería quedar para el día siguiente y yo le dije que sí «A las siete en la puerta de la discoteca ¿Vale?» y yo le dije que sí, que allí estaría y me besó otra vez y corrió detrás de sus amigos que ya salían.
»Al llegar a casa iba tan alterada que no quise cenar, saludé a mis padres que estaban poniendo la mesa y me fui a mi habitación.
—¿Tan especial era?
—Imagínate, que todavía me acuerdo de él con la cantidad de años que han pasado. Sabes que hemos estado muchos años veraneando en La Coruña y yo siempre escudriñaba las caras de algunos hombres que pudieran ser él. He buscado en internet fotografías de marinos mercantes para ver si me encontraba con algún Javier, se encuentran tantas cosas en internet.
—Que callado lo tenías, nunca me habías hablado de eso, ni de él ni de tu amor secreto.
—Sí, no sé por qué hoy, será porque hoy hace cincuenta años que pasó o porque me ha dado por pensar en mi vida, mi matrimonio con Pedro y lo que hubiera sido de mi vida si aquella aventura hubiera seguido adelante.
—Es mejor no pensar en esas cosas, a veces la vida se nos viene encima y nos entra como un vértigo, a mí también me ocurre a veces. Pero venga, sigue contando, ya que has empezado no me dejes a medias.
—Tardé en dormirme, pensando en todo lo que había pasado esa tarde y haciendo planes para el día siguiente. Estaba asustada, dudaba qué ropa ponerme, no me decidía si ponerme un pantalón, otra falda larga, tenía varias, o una minifalda… Sopesaba los pros y los contras, ya sabes la de vueltas que le doy a las cosas, siempre he sido así.
—Sí que lo sé, en eso me gustaría ser como tú, yo soy muy impulsiva y por eso meto la pata tantas veces.
—Bueno, no sé qué será peor ¿Pedimos otro Benjamín?
—Por mí vale, pero no sé qué te pasa hoy, si tú nunca bebes alcohol.
—No, casi nunca, pero el cava y, sobre todo, el champán me encantan.
—Bueno, sigue, ¿qué te pusiste al final?
—Al final me dormí por cansancio, pero por la mañana todavía no me había decidido, le seguía dando vueltas y más vueltas. Fue por la tarde, cuando iba a vestirme, decidí ponerme un Lacoste de ese color marrón que hacían, ¿te acuerdas?, era un suéter que me quedaba muy bien, pero ya no hacen ese color y mira que lo he buscado.
—Sí, el marrón claro te sienta muy bien hace juego con tus ojos y tu pelo.
—Ya con el Lacoste puesto puse encima de la cama una falda larga, se llamaban maxifaldas, un pantalón y una minifalda de colores que combinaran bien con el suéter.
»Por fin me decidí por la minifalda, mi madre siempre me decía que tengo los muslos muy bonitos, bien torneados y todo eso…
—Y es verdad, aún los tienes.
—Ya, el caso es que me puse la minifalda, el rímel y salí volando porque quería llegar antes que él, quería pararme en esa esquina y verle llegar, no quería que él me viera caminar. Cogí el metro hasta Goya, qué nervios llevaba, estuve varias veces a punto de volverme para cambiarme y quitarme esa falda tan corta, tan delatora.
»Me aposté en la esquina. La discoteca aún estaba cerrada, pero ya había gente esperando para entrar. Poco antes de las siete le vi, subía por la calle, caminaba tranquilo, con esa forma de andar suya que ya me gustó cuando cruzó la sala en la discoteca…
»¿Qué cómo andaba?, no sé cómo explicarte ¿Recuerdas la forma de caminar de Henry Fonda? Sí, mujer, por ejemplo, en la película Doce hombres sin piedad. Acuérdate cómo caminaba alrededor de la mesa, con esos pasos lentos y seguros… bueno, pues era algo parecido.
»Cuando me vio aceleró el paso, me saludó sonriendo, levantando el brazo y moviendo la mano. Recuerdo que esa forma de saludar me volcó el corazón, parecía más bien un saludo de despedida, como se despide a la gente que se va en el Titanic, o algo así.
»Que no, no exagero, estaba tan nerviosa que dejé de sentir mis órganos, no tenía estómago, ni latidos, ni respiración, toda mi sangre, mi energía estaba en mis ojos de visión telescópica para escudriñar desde la distancia hasta su más pequeño gesto.
»Y lo vi, vi cómo le cambió el gesto cuando me vio por completo, cómo se le fue borrando la sonrisa, vi su expresión de preocupación o decepción, sí mejor, decepción es más preciso. Y cuando llegó junto a mí, su nerviosismo por explicarme que tenía un problema, que sus padres en El Escorial…, que se tenía que ir, que no me había llamado por teléfono porque no se acordó de pedírmelo… Y yo que me iba tranquilizando según hablaba, los nervios se apagaron como se apaga una vela y me entró una calma, un sosiego como cuando te baja la tensión, así como un dulce desfallecimiento.
»Y me besó en la mejilla y se fue con los hombros cargados de pesadumbre que se le iba aliviando a medida que se alejaba de mí y yo, parada en esa esquina, le contemplaba alejarse, con esa forma de andar que tanto me atraía y la calle se vació, la gente ya había entrado en la discoteca; y yo me volví y me fui caminando hasta la estación de Goya, arrastrando mi pierna seca enjaulada en la prótesis de cuero y de metal.
Fin
3 comentarios en «En aquella esquina de Jorge Juan»
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