Uno
No sé lo qué querrá hoy. Con lo poco que me apetece salir. Hace un día despiadado, no ha dejado de nevar desde esta mañana, menos mal que me espera en el café Centro. Iré en el metro que me deja en la puerta.
A ver que me pongo con este día; en esta ciudad hay que abrigarse en la calle, pero luego en los locales con calefacción te abrasas como en el infierno. Si me pongo este jersey de lana de cuello alto tendré calor en la cafetería, pero si voy solo con una camisa debajo del abrigo tendré frio por la calle. No quiero enfermar, lo peor que me podría ocurrir ahora es tener que guardar cama durante unos días por una gripe o algo peor. Me pondré el negro de cuello alto. Ya está decidido, ya que lo he sacado del cajón no lo vuelvo a guardar. Lo voy a dejar sobre la cama para cuando salga del baño. Total, no quiero estar mucho tiempo con él. No sé qué quiere decirme, pero yo lo tengo bien claro: no quiero seguir con esto. Llevo meses aguantando por pena. Ya no le quiero… pensándolo bien, creo que no le he querido nunca. Todo empezó mal. En aquellos días yo estaba tan necesitada de alguien, de alguien como él. Un hombre que me escuchaba, al menos eso creía, siempre dispuesto a saltar de la cama y acudir a casa de madrugada por una llamada mía; aunque luego había que pagar ese esfuerzo con sexo. Hubiera sido un buen amigo para toda la vida, no tendríamos que haber pasado de ahí, pero… fue todo tan rápido, las copas, ese sitio tan bonito, la música y tan largo el camino de vuelta a casa que decidimos quedarnos allí, en aquel hotel. Sólo quedaba una habitación con una cama de matrimonio… Nos miramos, él interrogante, dejando que yo decidiera. No lo dudé, tomamos la habitación con la terraza al jardín y a la piscina. Y su voz detrás de mí, la voz pastel de chocolate que solo pone cuando eso, cuando está así… excitado sexualmente. Su voz sonaba por encima del canto de los grillos del jardín que se desesperaban compitiendo por no sé qué cosa. Y yo le dije sí quiero, sí, como en el libro de Joyce.
Eso fue todo, después vino la rutina. Los viernes salíamos a cenar y luego nos acostábamos en su casa o en la mía, la que estuviera más cerca. Yo comencé a no sentir nada cuando lo hacíamos. Él me pedía cosas que yo le daba porque soy así, complaciente… Seguramente pensaba que a mí también me gustaba ¡Que insensibles son los hombres! Creen que su placer es el mismo que el de las mujeres. Creen que, si ellos gozan, ese gozo se proyecta hacía nosotras como la luz de la luna sobre el agua del mar.
¿Cómo se puede ser tan torpe? Que poca capacidad para comprender los sentimientos de los demás. Egoísmo, egocentrismo, le llamaría yo a eso.
Bueno, voy a ducharme que se me hace tarde y con esta nevada… Además, quiero llegar pronto para escuchar lo que me tenga que decir y decirle yo lo que tengo pensado desde hace tanto tiempo. No puedo quedarme a comer con él, se me haría interminable después de todo.
No quiero mojarme el pelo, me pondré el gorro. A ver qué me dice hoy el espejo. Todos me dicen que soy muy bella, pero yo me veo horrible, no me gusta lo que veo. No sé qué será. La verdad es que no he cambiado mucho desde los dieciocho años. Aún no tengo arrugas, mi pelo sigue siendo de ese color de trigo mojado con reflejos dorados y tan fuerte como siempre. Y los ojos…, los ojos es lo único que me sigue gustando un poco, pero no como antes. Ya no son tan azules, parece que se van oscureciendo, apagándose como se apagan las brasas cuando ya están quemadas y frías.
El caso es que no sé, aunque no he cambiado mucho, no me gusto nada. Quizás es la expresión que tengo últimamente. Este gesto de resignada conformidad que se ha detenido no solo en mi rostro, sino en todo mi cuerpo. Ya no camino resuelta y decidida como antes, ni llevo la cabeza erguida, ni la mirada brillante por la ilusión que ardía dentro de mí como un fuego interior… No, ya no queda nada de eso.
Si se circula bien voy a coger un taxi, no me apetece meterme en el metro. Llamaré a la central de taxis y les preguntaré si la circulación es fluida para que envíen uno a recogerme.
Dos
Sí, ya sé que tengo casi setenta años, ya sé que llevo toda la vida con ella, ya sé que ella me sigue amando… Sí, ya sé todo eso. Pero tú ¿Qué harías? Dime qué harías tú si ves que la vida se te escapa, que tu cuerpo se seca, se fosiliza, que tu rostro se arruga, que tu mirada se apaga… Dime qué harías si, a pesar de todo eso, de repente, sin buscarlo, encuentras el amor. El verdadero, el único amor de tu vida… ¿Qué harías?
No sé si decírselo así de crudo, no sé… No se merece eso, ha sido una esposa buena y complaciente. No se puede decir todo lo que me ha aguantado: mi insoportable carácter, mi egolatría, mi indiferencia… Creo que nunca le he dicho nada bonito, no me salía «es que yo soy así» pensaba siempre, pero no. Es muy probable que esa frialdad sea un trazo de mi carácter, pero siempre se puede hacer un pequeño esfuerzo. Ella se lo merecía. Era tan feliz cuando me veía feliz a mí.
«Papá, mamá te adora y tú no te enteras o no quieres enterarte», suele decir mi hija.
Hoy me llama, me cita en el café Centro, con la nevada que está cayendo. No sé qué puede querer. No sé… Lleva casi diez días en casa de su hermana. Cuando se enteró de todo no quiso que hablásemos más, metió una cuantas cosas en una bolsa y se fue sin más. No quisiera acabar así una relación de tantos años. Hace que parezca un miserable incluso ante mis propios ojos. Quiero que ella comprenda lo que me pasa: que me he enamorado, simplemente. Sí, ahora, con setenta años, sé por fin lo que es el amor. Ahora sé que nunca estuve enamorado de ella, de ahí mi indiferencia. Y ella… Todos creen que me ama, hasta yo lo creo, pero también ha tenido sus cosas. Sé, a pesar de que no quise saber, lo que ocurrió con ese tal Gabriel cuando se quedó sola en Bilbao. Sé que estuvo con él hasta que la dejó él o le dejó ella a él… ¡Vete a saber! Que complicado es esto del amor. En esa ocasión yo no quise saber lo que había ocurrido, es mi forma de ser, prefiero no saber porque no podría olvidar y me torturaría constantemente el recuerdo.
Lo siento, pero ha llegado el momento de que nuestras vidas se separen, de que tomen distintos caminos. Estoy decidido.
No sé para qué me ha citado, pero yo sí sé que de hoy no pasa. Voy a pedir el divorcio, aceptaré todas las condiciones que quiera poner. A mis setenta años necesito pocas cosas… que se quede ella con todo. Podré vivir con los derechos de autor de mis libros. Tendré suficiente. Van a hacer una película basada en mi novela Bajo la superficie. El contrato será suculento, quieren que yo escriba el guion. Lo haré y viviré con el dinero que me den.
Aunque piense lo contrario, yo siempre le fui fiel. Cuando conocí a Mara lo nuestro ya estaba roto. Se había roto como un jarrón de porcelana, en mil pedazos, sin compostura posible.
Dormíamos en habitaciones distintas, nos hablábamos lo justo para la convivencia. Yo viajaba mucho por las presentaciones y los compromisos con la editorial. Ella no, con su hermana viuda y nuestra hija, que son uña y carne, se le pasaban los días. No necesita otra cosa. Y la televisión, las películas y las series que mira sin descanso durante toda la tarde, pasando de una a otra sin tiempo material para digerir nada.
Supe lo de Gabriel, más que nada por el arrepentimiento que mostró al regreso. Fue un cambio radical. Se volvió complaciente y hasta sumisa. Buscaba el sexo constantemente; pero, más que nada, buscaba mi satisfacción más que la suya… Me extrañó mucho porque ella siempre fue indiferente a mi placer. Lo supe por eso y por sus ademanes. Había en su rostro, en sus ojos, en su forma de mirarme una demanda de perdón que solo podía justificar el arrepentimiento. Entonces fue cuando comenzó a parecer que me amaba, tal vez porque temía perderme como había perdido al otro, a su Gabriel. Todos la creían, «parece mentira como le sigue amando —decían— con los años que llevan casados».
Hasta yo lo llegué a creer, pero ya no se podía hacer nada. Nuestro amor había muerto. No es posible resucitar a un muerto. La vida cuando se va ya no vuelve, y el amor tampoco.
No sé qué puede querer ahora, ni para qué me ha citado en ese café. Habría sido mucho más fácil venir a casa, a su casa y hablar aquí. No sé qué pensar… Tal vez, todos estos días con su hermana le han hecho reflexionar y me va a pedir el divorcio o, al contrario, quiere arreglarlo todo. No sé, yo sí estoy decidido a dar el paso definitivo, pero no quiero que sufra. Yo la quiero, no la amo, pero la quiero mucho y no le deseo ningún mal. Ahora que nuestros días son más cortos, ahora que entramos ya en el otoño de nuestra vida…, no quiero que estos últimos años los pase sufriendo. No quiero eso para ella.
Tres
Sí, déjeme aquí, en la esquina, por favor. Sí, aquí está bien, gracias.
Sigue nevando y apenas ha empezado el invierno… No, que va, si estamos a catorce de diciembre, aún es otoño… finales de otoño.
Ahí está él. Ha cogido una mesa, eso es que piensa que vamos a estar un buen rato. Pues se equivoca del todo. No pienso quedarme ni un minuto más de lo necesario para decirnos lo que tenemos que decir. En estos asuntos no hay que darle demasiadas vueltas. Es peor, el amor se acaba, como se acaba todo… Hasta la propia vida se acaba y todos lo aceptamos ¡Qué remedio!
¡Hola!, no, no te levantes. Espera que me quito el abrigo…
¡Vaya tiempo! Creo que no es un buen día para quedar, pero… En fin, ya me dirás que es eso tan urgente que tienes que decirme.
¿Qué quiero tomar? No sé, la verdad es que no quiero quedarme mucho tiempo, quiero volver a comer a casa y con este día te eternizas en el camino.
No, no puedo quedarme a comer contigo. No, de verdad, lo siento… Bueno, dime lo que tenías que decirme, te escucho.
Dices que últimamente me notas muy fría, que parezco otra persona, que si hay algo que has hecho mal… ¡Hombre!, menos mal que te das cuenta ahora, porque, hasta ahora, no te importaba nada de lo que yo sentía o dejaba de sentir. Tú ibas a lo tuyo, a tu placer, tu orgasmo precoz y allí me quedaba yo mirando al techo; aunque, la verdad, no me importaba. Creo que, por mucho que te hubieras esforzado, no habrías conseguido hacerme sentir nada…
¿Qué a ti te parecía que sí? Claro, no me extraña, eso que me dices demuestra que te fijabas bien poco. Si ahora te preguntase que porqué te parecía que sí, no sabrías que contestar…, pero no, no te preocupes que no te voy a preguntar… ¿Qué más me da?
No, no quiero tomar nada, no volveré a tomar nada contigo. No insistas, no hay nada que hacer. Dicen que el amor cuando se va ya no vuelve; aunque el mío no se ha ido, no puede irse porque nunca entró. Sí, no pongas esa cara, si hubieras estado más atento lo habrías notado… Ahí está tu feroz egoísmo. Ahora no puedes ver el sol porque hay nubes y nieva, pero obsérvalo mañana o pasado cuando salga. Obsérvalo y verás que la tierra gira alrededor del sol, no alrededor de ti. Entérate, querido, de que tú no eres el centro del universo. Tú eres un hombrecillo insignificante que jamás ha hecho nada, que nunca ha movido un dedo por nadie… ¿Qué crees? ¿Crees qué no recuerdo algunas de las barbaridades que decías en la cama? Hablabas mirando al techo, después de haberte vaciado en mí. Sí, decías que la gente no te importaba, que no sentías pena por nadie, que nadie merecía ni un segundo de tu tiempo… «¿por qué estará en la política este imbécil? —pensaba yo—, si la gente no le importa, por qué se ha metido en política, por qué va en las listas de ese partido…» Pero la imbécil era yo por acostarme con un majadero solemne y arrogante. No, déjame, no me cojas las manos porque me obligarás a elevar la voz para que todos se enteren de cómo eres tú en realidad.
En tu infinita vanidad piensas que todo esto que te digo no es más que un ataque de rabia o de tontos celos que se me pasará… ¡Pero que corto eres! Es que no entiendes nada. Lo veo ahora: tu mirada vacía, vacía de inteligencia…
Déjame, no quiero decirte nada más, no quiero hacerte más daño; aunque hacerte daño a ti es muy difícil, porque te resbala todo, porque no entiendes nada, solo las cosas más básicas.
Francamente, no puedo comprender como consigues que alguien te vote, que alguien pueda pensar que tú tienes algo que aportar… Si solo con verte, sin detenerse mucho, basta con un vistazo, se ve que eres un tipo vacuo y vanidoso. Aunque, la verdad es que nadie te ha votado nunca, tú solo apareces en una lista que nadie suele leer porque votan al partido o al líder sin detenerse a mirar quien le acompaña.
Me voy, no sé por qué he venido, he sentido pena al oír tu voz al teléfono, pero al verte esa pena se ha disipado. Sólo siento rabia por haber desperdiciado un trozo de mi vida contigo. Pero, sobre todo, siento asco, asco de que un político corrupto como tú haya puesto sus sucias manos en mi cuerpo… Si ni siquiera hueles a hombre. Hueles a podrido, hueles a esa corrupción de lo que se pudre y se corrompe poco a poco, esparciendo su hedor… ¡Qué asco!
No, no me callo, no quiero callarme ¡Qué me oigan todos! Eres un político corrupto. Te he visto cobrar comisiones a cambio de favores. Sí, ¿crees que no me enteraba cuando me llevabas a comer con alguno de esos empresarios? ¿De verdad crees que no sabía que contenían esos sobres?
Eres un corrupto miserable que te vendes por una miseria. Indigno y corrupto. Nunca, jamás te he visto pagar algo con tu dinero, siempre con la tarjeta VISA del partido y ahora con la que te han dado por tu cargo.
¡Corrupto! Que lo oigan todos. A gente como tú hay que quitarles la máscara.
¡Hipócrita miserable! El político honesto, me decías cuando nos conocimos… y yo te creía ¡Que tonta fui! Pero duró poco tiempo, solo hasta la primera comida con ese pobre constructor que te rogaba un permiso, que te dio una parte del dinero que debería ir a las nóminas de sus trabajadores… No tenía otro remedio, porque si no te lo daba le negarías el permiso para la obra, se lo darías a otro que te pagase más y todos sus trabajadores irían a la calle. Sí, a la calle, corrupto de mierda.
Me voy, me voy porque si me quedo un minuto más te voy a escupir a la cara.
Cuatro
Aún no ha llegado, buscaré una mesa para hablar más tranquilos, quiero que hoy quede todo bien claro. A partir de hoy cada uno por su lado, prepararemos el divorcio. Si ella quiere la casa yo me iré a vivir a un hotel hasta que encuentre un apartamento. No quiero vivir todavía con Mara. Ella se merece que le ofrezca mi vida resuelta y libre… Ahí queda una mesa libre junto a los ventanales. Esa joven se va y el hombre se dispone a pagar… Por cierto, a ese le conozco, no sé de qué, pero su cara me resulta conocida… ¡Ah!, sí, es un político, fue concejal aquí, ahora creo que está en la Comunidad. Este no ha trabajado nunca, desde jovencito vive de la política y, bastante bien, por lo que cuentan.
Póngame un café con leche, por favor… O, si no, mejor una copa de rioja, a estas horas me apetece más un vino.
Ya viene, creo que me ha visto… Sí, se dirige hacia aquí con ese aire tímido, vulnerable… parece un pajarito que ya no puede volar.
Hola, siéntate, yo he pedido una copa de vino, ¿Te apetece otra? Vaya día para salir de casa, pero mejor así, conviene aclarar esto cuanto antes… ¿Qué no hay nada que aclarar? ¿Qué tú lo tienes claro?… Pues, mucho mejor, ya me dirás que quieres, habla, por favor, te escucho.
¿Ya has terminado? ¿Me has citado sólo para hacerme reproches? Lo tenía que haber imaginado. Pero, al fin y al cabo, ya da igual. No, no soy un cínico. Cuando tú te enteraste y te fuiste sin querer saber nada más, entre Mara y yo no había ocurrido nada. Sí, es verdad que me sentía muy atraído por ella y ella por mí. Es cierto que estaba naciendo entre los dos algo maravilloso: el amor. Pero no había ocurrido nada, ni una palabra. Ella tenía que viajar conmigo representando a la editorial en las presentaciones de mis libros. Durante el tiempo que estábamos fuera comíamos y cenábamos juntos, siempre con gente. Sólo un par de veces cenamos los dos solos. Después de cenar, si nos apetecía, tomábamos una copa en el bar del hotel y después cada uno a su habitación.
No te he mentido, reconocí mi amor cuando me lo preguntaste, fue entonces cuando comprendí lo que sentía por Mara y no te mentí. Lo reconocí, aún sin saber lo que ella sentía por mí. Ahora ya lo sabemos y queremos seguir adelante con esto.
Por favor, no llores, no puedo verte sufrir. Yo, aunque no me creas, te guardo un gran cariño… Sí, no te amo, pero te quiero y no quiero que sufras. Te quiero, por mucho que te digan tu hija y tu hermana. No sé qué pueden tener esas contra mí. Parece mentira que mi propia hija te diga todo eso de mí. Si todavía recuerdo cuando era una cría y venía corriendo a sentarse en mis rodillas y me cubría de besos y me pedía dinero y me decía que no te lo dijera, que era un secreto entre nosotros. Pasado un tiempo me enteré de que contigo hacía lo mismo. Siempre fue una manipuladora; aunque algo de culpa tendremos nosotros que la hemos educado.
No llores, por favor, es necesario afrontar esto con valor y determinación. Es mejor para los dos pasar este mal trago y continuar con nuestras vidas cada uno por su lado… los pocos años que nos quedan de vida.
No, por favor, no vuelvas a los reproches. Yo no voy a entrar en ese juego… podría, pero no quiero.
¿Dices que yo no puedo reprocharte nada? Creo que la que estás mintiendo ahora eres tú, pero no quiero seguir por ese camino. Quiero que hablemos de nuestro divorcio.
¿Qué ni lo sueñe, qué no te divorcias? Pero, sé razonable. Mira, yo no quiero nada. Quédate tú con todo: el piso, las inversiones, el dinero del banco… Con eso tienes para vivir, aunque vivas mil años. Tienes para vivir con un alto nivel, tú lo sabes bien.
No, yo no quiero nada. No hace falta que intervengan esas dos. Todo para ti, no necesitamos juicios ni nada que pueda enturbiar aún más el final de nuestra relación. Hay unos formularios y buscamos un abogado que los tramite una vez firmados. Así de sencillo.
Sí, reconozco que lo tenía preparado, me he estado informando porque me gustaría que hoy quedase todo resuelto.
¿Qué tú tampoco quieres nada?… Bueno, pues lo donamos. No, no hace falta que me lo recuerdes, ya sé que a ti no te interesa el dinero, que nunca te ha importado, pero piensa que es necesario para vivir. Antes estaba yo que me encargaba de todo… Sí, tú sólo tenías que ir al banco y sacar dinero. Últimamente ni eso, era yo el que iba a sacarlo y tú lo cogías del sobre cuando lo necesitabas. Pero ya no voy a estar yo, ahora tú tendrás que encargarte de eso.
No insistas, no podemos arreglar nada porque nada está roto, lo nuestro está muerto, no roto.
¿Qué si ya no te quiero? Claro que te quiero, creo que ya te lo he dicho antes; lo que no quiero es que sigas dándole vueltas a eso. Piensa en la edad que tenemos, piensa que ya no nos queda mucho.
El tiempo, Nuria, el tiempo se nos acaba y tenemos que aprovechar lo que nos queda. Estoy enamorado, lo estoy como creo que nunca lo he estado. Ya ves, ahora, a mis años, he descubierto el amor.
¿Qué no te deje? Por favor, Nuria, sé razonable, tienes que aceptar que lo nuestro acabó.
Dices que me amas, que siempre me has amado, que jamás me has sido infiel, que nunca has mirado ni has pensado en otro hombre… Bueno, eso de que nunca me has sido infiel deberíamos dejarlo. Sí, no pongas esa cara.
¿Qué Si lo dudo? ¡Claro que lo dudo! ¿Crees que no sé lo de Gabriel, crees que no me di cuenta de nada?
Sí, no te rías, te vi con él, veía como le acosabas, como le mirabas, sé que os veíais y sé lo que pasó cuando yo me fui y tú te quedaste en Bilbao con él. Nuria, esas cosas se saben… Sí, no sé por qué te hace tanta gracia, en aquellos tiempos yo sufrí mucho.
¿Qué…? ¿Que todo era mentira? ¿Qué todo lo hacías para darme celos porque veías que me estaba alejando de ti? Tal vez, si tú lo dices, probablemente sea así. Sé que no te gusta mentir, además ya no sería necesario. Pero te diré que ese recurso fue verdaderamente inútil y produjo el efecto contrario porque me alejó de ti, perdí la confianza ciega que siempre había tenido en tu honestidad… Sí, creo que ahí empezó todo. Fue entonces cuando comprendí que no te amaba, que nunca había estado enamorado de ti… Fue un gran error eso que hiciste, Nuria.
Pero no vuelvas a llorar, no, ahora eso ya no tiene ninguna importancia. Eso pasó y no cuenta para lo que estamos tratando ahora. Lo que me digas de aquello no va a cambiar nada.
¿Qué no lo dices por eso?, pues mejor. Ya me imagino que, si es mentira, te duele mucho que yo lo haya creído durante todo este tiempo. Pues ya ves el error que cometiste. El amor se alimenta con amor, no con escenas para despertar los celos. Te equivocaste gravemente, Nuria, y me has dejado vivir con esa certeza todos estos años.
¿Qué lo sientes? Sí, yo también lo siento, pero ya es muy tarde, ya da igual. Ahora solo te pido que seas generosa y firmes nuestro divorcio amistoso. No podría ir contra ti en un juicio. Insisto en lo que ya te he dicho antes: quiero que te quedes con todo, no quiero nada. En eso no vamos a tener ningún problema.
¿Qué tú tampoco quieres nada?… Vaya, a ver si ahora va a ser ese el problema para divorciarnos, que ninguno de los dos queremos nada. Pues se lo cedes a Sonia, verás cómo ella sí que lo quiere, verás cómo lo coge enseguida…
Ríes, te hace gracia ¿Ves cómo esto no es el fin del mundo? Piensa que más del cuarenta por ciento de los matrimonios españoles acaban en divorcio.
¿Qué no tienes ningunas ganas de reír? ¿Qué te has reído por lo de Sonia? Sí, tienes razón, siempre ha sido muy codiciosa. No sé a quién habrá salido, tú no eres así y yo creo que tampoco. Es la educación, eso de ser hija única, todo para ella, jamás compartir con nadie… la ha convertido en lo que es ahora: un monstruo egoísta, ególatra, más bien, que no piensa en nadie. Entiendo que no quieras vivir con ella. Pero, si no quieres vivir tú sola en tu casa, tienes a tu hermana que estaría feliz todo el día contigo. Ella hablando y tú escuchando: su mundo feliz.
Bueno, Nuria, decídete. Mira, sigue nevando. Si continúa así las calles van a estar imposibles… no sé cómo voy a llegar a casa.
¿Vas a firmar? Dime que sí, terminemos de una vez. No llores, por favor, dime sólo que sí y mañana le digo al abogado que te lleve los papeles con todo lo que hemos hablado.
¿Qué no puedes?, pero ¿por qué no puedes? Estás encerrada en tu idea como haces siempre, ya veo que no avanzaremos… Bien, como quieras, lo haremos de otra forma mucho más desagradable para los dos.
Cálmate un poco, cuando dejes de llorar nos vamos ¿Quieres que te pida un taxi? ¿No? Tienes razón, tu hermana vive solo a tres manzanas de aquí. Bien, pero ve con cuidado de no resbalar.
Salimos, nos despedimos en la puerta del café. Ella sigue con la mirada baja. No quiere mirarme para no volver a llorar. Comienza a caminar. La observo mientras camina bajo la nieve, encogida, sin abrir el paraguas como si todo le diera ya igual. Parece muy mayor, con esos pasos cortitos para no resbalar y el cuerpo, que antes fue tan esbelto, ahora tan menudo, consumido por los años. Lleva ese eterno abrigo de paño que no debe de abrigarle nada, pero nunca ha querido comprar otro… Es tan austera.
Siento que la amo más que nunca… ¡Nuria!, la llamo. Se vuelve, me mira con los ojos empañados por las lágrimas. Corro hacía ella… Nuria, amor mío, volvamos a casa.
FIN